martes, 17 de noviembre de 2020

Mutante en la esquina oscura


Capítulo cualquiera


Abre los ojos y se duerme. Su alma no es más que el eco punzante de las voces en su indómita psique. Algo les inquieta, pues en su ser habitan legiones de caos que fingen tras la piel del orden que la humanidad demanda.

Respira y se siente vivo. Si esto es la antesala de morir, ¿por qué vive?

Poco le interesan el amor, el arte, la política o las religiones.

Un ente que nunca había dicho nada, expresa su frenesí:

"El mundo exterior es un mierda. Hacemos bien odiando. Odiar es un sentimiento más puro que amar. Recuerden ineptos que en el amor se sufre y en el más finísimo desapego emocional y mental, no hay margen para el sufrimiento..."

La luz del aparato, se apagó y el médico preguntó:

-¡Ahí lo tiene!

-¿Puede verlo?

-¡Esa mancha en el hemisferio *** de su cerebro es un tumor maligno!

-¿Tengo un tumor?

-¿Eso causa mis problemas?

-Sí. Ya observando con mayores detalles, logro detectar que su tumor ha mutado. Son más de uno...

¡Somos más de uno! - repitió un sombrío eco. 

miércoles, 3 de junio de 2020

"Esos Encuentros" del libro Regresiones: el regreso de los ángeles y otros relatos (Ágora , 2010)


ESOS ENCUENTROS… 

De ésta lluvia… Cada gota es el lamento de un amor que aguarda un olvido.
Elvin Munguía (Honduras)

       Una letal dosis de cianuro, similar a la que si pudo con Quiroga, pero no con Rasputín, fue la solución a la  irreparable  pena en el alma de Sebastián, el Doctor. En vida se consagró como un excelente profesional de las ciencias médicas, en modernas clínicas privadas y lúgubres hospitales públicos. Desde muy pequeño destacó en todo lo que se propuso, menos en el amor, por su personalidad huraña.
      La mágica noche en que conoció a Helga, también conocida como La Bávara, todo cambió. Ella era tan fiera de carácter, como una Rottweiler, pero bajo aquel duro armazón, se escondía la fémina de lábil temple, que a los veintiocho años se encontraba trabajando - por razones ultra - secretas -  como agente de Investigación. 
       Horas antes, ésa misma noche, luego de una anónima llamada que reveló el paradero de Eliel “el capo” y otros dos, de sus peligrosos compinches. Un enorme número de agentes policiales y militares marcharon agitados al encuentro de los delincuentes. A los ávidos distribuidores de Blanca nieves, también se los suponía responsables  del asesinato de un joven guardia de seguridad, que laboraba en un restaurante de comidas rápidas, frente a Ciudad Universitaria. El caído promovía una revuelta de empleados, por los bajos salarios y el pésimo trato de los patrones, pero esa…  es definitivamente, otra historia que contar...
      Once minutos después de la llamada, el pelotón de encapuchados agentes verdes y azules llegaron a los lujosos apartamentos en la colonia Valles y Jardines Encantados, en donde los ilícitos mercadólogos y ahora prófugos sicarios se escondían. Éstos, hijos de puta, no se iban a dar por vencidos, sin antes ofrecer un verdadero espectáculo de pólvora, sin exagerar digno solo del celuloide.
        En el atronador intercambio de disparos, las ráfagas de las Kalashnikov, rememoraban escenas; sonidos e imágenes muy similares a la cruda realidad de los “distantes narcoestados.”
     El tenaz fuego contra “los agentes del orden” continuó. Soldados se precipitaron al pavimento, mitad heridos y mitad cagados. Policías impactados se retiraban y se resguardaban. Como podían utilizaban diversos calibres de armas, para repeler el tiroteo de los tres fugitivos. Súbitamente, en medio del humo de las metrallas y de aquel carnaval de balas, La Bávara y otros agentes derribaron el ennegrecido portón. Irrumpieron de inmediato en el apartamento, disparando a quemarropa, hiriendo a uno de los perseguidos y eliminando al otro. Mientras el tercer tránsfugo, el líder Eliel el capo.
        Heroicamente la rubia agente logró aprehender al delictivo, claro, sin poder evitar que antes, éste le descargara los últimos proyectiles de su tartamuda Ak- 47. Culminó aquella dramática escena: el capo fue llevado, en el acto hacia un centro de detención policial, posteriormente juzgado y encarcelado.
        El otro comerciante de Blanca nieves que iba herido de gravedad, falleció antes de llegar al hospital, donde también se trasladó la mujer policía.  Fue atendida eficazmente por enfermeras y personal médico, comandados por el  doctor Sebastián en la sala de emergencias de dicho centro hospitalario.
       Con algunos rasguños y varios puntos de sutura en el hombro y brazo derechos, se dejó claro que la escultural hembra estaba fuera de peligro. Los médicos se retiraron junto a las enfermeras. Sebastián observó  a la bella paciente que dormía sosegada y resguardada por un agente, luego de una noche más, de acción en las calles de la gran ciudad.        
      En la mañana siguiente - que extrañamente, parecía estar a la vuelta de la esquina - Helga despertó y notó como el joven médico la miraba con ternura y preocupación, casi como queriendo descubrir el horizonte de ensueños, oculto bajo la bata y las sabanas azules.
     Trascurrieron un par de días, la fiera herida se recuperó, fue dada de alta, pero antes quiso agradecer al tímido galeno el esmero y atención que éste le dedicó. Charlaron un momento e intercambiaron números telefónicos, luego en la noche, el Doctor recibió un mensaje de texto de la ex paciente y ahora amiga... ¡Saludándolo!
Semanas después, el médico y la agente, se olvidaron de sus profesiones y optaron  por una vida de  simples ciudadanos.
      Una noche de viernes, ella lo invitó al cine, él aceptó. Irían a ver el estreno de Kill Bill del Director Quentin Tarantino. Aunque quizá poco o nada de romántica tendría, a la mujer se le ocurrió que sería muy divertido o al menos entretenido que su amigo percibiera unos cuantos gramos de violencia un tanto similar, a la que a diario ella encontraba en las calles y avenidas de aquella urbe abatida por el crimen.
Los cinéfilos saboreaban bebidas carbonatadas y sonreían al ver a Beatrix Kiddo patear, desgarrar, desmembrar y hasta nalgotear - cual madre molesta, pero cariñosa - a los 88 locos.
     En un momento de mera tranquilidad y regocijo pasional, ella abrazó al escuálido hombre, que un tanto nervioso le obsequió una efímera sonrisa… Mientras en la pantalla la aguerrida Mamba Negra seguía asesinando asiáticos en pro de Bill...          
Sebastián deseoso de besar a Helga, soslayaba aquella motivación contemplando la fiera katana y el amarillo traje de Valquiria que adornaban la figura enrojecida - por ajena sangre - de Uma Thurman.
     En avalancha de pasión - por ultra obscuros deseos – La Bávara devoró el crepitante fuego en la autopista de los labios del médico, como un huracán de categoría 5,555.55 en la escala del amor y por vez primera, corcovearon los corceles de la lujuria entre sus piernas.
    Con apasionados y ardientes besos, abundantes abrazos, cuantiosas caricias y crucigrámicos suspiros dejaron todo de aquel tamaño, ésa noche, al menos.
La misma historia - solo que en diferentes teatros - se repitió durante meses, hasta que Helga se animó y le propuso matrimonio al doctor que maravillado aceptó.
Luego de meses de planes, llegó el día de la boda, la ceremonia acogió a poco más de media docena de camaradas del Colegio Médico acompañando al novio. En el otro contingente; catrines y perfumados agentes policiales asistieron para hacerle los honores a la novia, que lucía  preciosa, fascinante encerrada entre las delicadas costuras y la fina tela de su inmaculado y apretado vestido. 
        Minutos después, ambos respondieron que si al cura. Surgieron mil besos. Aplaudió contenta la inusual feligresía. Estamparon sus firmas  y se dio paso a la recepción en el centro de convenciones de un famoso hotel, Don Quixote posiblemente.
La celebración qué, a parte del enorme pastel de cuatro niveles con las figuritas forradas en chocolate de los enamorados en la cima, música para todos los gustos, baile, habanos humeantes, champaña, ron, cerveza de todas las marcas, charlas entre médicos borrachos y ebrios agentes, abrazos de felicitación y alegría a flor de piel, nada tuvo de espectacular y terminó al  filo de la medianoche.
       Al finalizar la fiesta, la pareja se encaminó hasta la suite de lujo que rentaron para tener la divina e inolvidable noche que tanto habían soñado. Entonces, Helga recordó que habían olvidado en una mesa del salón, los documentos que los declaraban feliz y oficialmente casados. 
     La esposa  tomó los papeles y marchó a los brazos del marido que al final de un alfombrado pasillo aguardaba por ella. Pero antes, lanzó una detectivesca mirada a su costado y desde las frías sombras del jardín; un par de azules ojos fijamente la apuntaban, acto seguido, un silencioso tartamudeo de disparos, le perforó el costado izquierdo de su caja toráxica.
      Sebastián corrió agitado y gritó como alma en pena, al ver aquella espeluznante  escena. Tomó entre sus temblorosos brazos, aquel cuerpo frágil, virgen y sin vida de su esposa.
El extraño, seguro de que nadie lo miró,  sonrió detrás de la oscuridad. Guardó en el bolsillo derecho del negro traje la Smith & Wesson, y se marchó en su camioneta Range Rover por un retorcido y oscuro boulevard que lo llevó a cualquier parte. 

De: Regresiones: el regreso de los ángeles y otros relatos - Rafael Midence Ávila




viernes, 29 de mayo de 2020

"Deicidio"

A mi amigo Víctor Cruz Asencio

Sabía que era un sueño, aunque no podía recordar nada previo ni cómo se había dormido. (La memoria es fugaz en la eternidad, en la luxaeterna) - pensó.

Las calles definitivamente eran conocidas, al menos por medio de internet o por la televisión había visto algún lugar ligeramente similar. Una niña muy delgada, clavó sus pequeños ojos verdes con extraños rasgos asiáticos en él, se le acercó lentamente con la suavidad de las hojas del otoño y le regaló una pequeña xilografía de lo que parecía ser una flor de loto. La pequeña no mencionó ninguna palabra, pero una octogenaria regordeta que le metió cuatro dulces a la boca, si lo hizo… refiriéndose a una deidad con un larguísimo nombre del que solo entendió dos palabras  “Purna” y “Sherpa”.

Sentado en una esquina muy colorida, estaba un anciano con espesa barba, piel de cobre y también de mirada esmeralda y en efecto; nepalí hasta las vísceras. No supo en qué momento se sentó junto a él y en qué términos comenzó la conversación. Seguramente, hablaron de todo un poco y mucho de nada, antes de las preguntas y respuestas obligatorias...

-¿Estoy soñando?

-¡Definitivamente, tú no estás soñando!

-¿Cómo es posible pueda entender tu idioma?

-¡Precisamente por eso, mandé a mi madre para que llamara tu atención con la flor de loto y a mi hija con sus dulces!

- ¿Qué?, ¡Será al revés, señor!

-¡Por aquí, somos atemporales!... Morimos todos los días y todos los días nacemos de nuevo. No nos importa el orden del tiempo ni la luz de la memoria en la eternidad... 

-¡Un momento!... ¿Lees mi pensamiento o qué?, no entiendo lo que pasa…

-¡Nosotros tampoco! – respondió el viejo-  "mientras le mutilaba la garganta con sus fieras uñas..."
Por eso estamos soñando contigo “……………... Purna Sherpa”

jueves, 8 de enero de 2015






 
Gotas de Ausencia
(Micro-Relatos) 
Rafael Midence-Ávila
Metempsicosis Editores




Índice


1. La doble muerte de un dios aburrido
2. Dos contra todo
3. Cuando el humo desaparece
4. Sueños no soñados
5. Gotas de ausencia
6. Así de súbito, así de ilógico
7. La primera y última puerta
8. Sin final perfecto
9. Sobre el zig zag de los sueños
10. Solo caminando 
11. Tras la sombra de tus besos
12. De aquí a ninguna parte
13. Nuestra próxima parada será en el futuro
14. Dentro de las máscaras vacías








Metempsicosis Editores

Midence- Ávila Rafael


Gotas de Ausencia (micro-relatos)

Rafael Midence Ávila. — (Tegucigalpa)

Metempsicosis Editores, (2012).
Numero de p.



Colección:

ISBN:




1.-Narrativa









Gotas de Ausencia (Narrativa)
Rafael Midence- Ávila
Primera Edición, 2012
Metempsicosis Editores
Colección:
ISBN:
Tegucigalpa, Honduras.
Correo Electrónico del autor: rafa.manowar.7@gmail.com
Teléfono móvil del autor: (504) 95 69 95 10
Ilustración de portada: “Un Momento A Solas” (61x43 Cm -  Oleo/Tela) del pintor  Oscar O’hara, Chicago. USA. Correo Electrónico: betanova@hotmail.com/  
Tegucigalpa, Honduras.

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier otro medio, ya sea electrónico,  mecánico, icónico, virtual, por fotocopia, por registro, por medio de moldes, calcos, ni en actos de remedos, ni por medio de papel manteca, celofán, manila,  en hojas de nacatamales, en piedras de moler, papel higiénico, por medio de clonación, ni espiritual, tampoco se permite comentarlo más allá de las estrellas. De ninguna manera se les permitirá la transcripción, serán sometidos a la pira de fuego, torturados en la dama de hierro, o serán condenados a la burla de la plaza pública, queda claro, hasta el mismo autor está sometido  al cumplimiento de estas y otras restricciones, cúmplanse al pie de la letra. (Se agradece y permite la divulgación si y solo si; cita la fuente.)   





Breves líneas de introducción para advertir a mis enemiamigos lectores:

“Pero, ¡Que hipócrita, me he vuelto con el sueño! Jamás imaginé que al exiliarme de la nación de Morfeo, eyacularía letras hoy… ¿Fecha?, ¿Día? No lo recuerdo, bueno no estoy seguro, pero el viejo reloj de la sala, asegura que son las 2:47 de la mañana. Lamento mis extravíos y no es una disculpa. Es pura cortesía barata. Mejor dejo ese asunto y sean bienvenidos y bienvenidas a ésta; la primera y última de las reuniones donde no esperaba invitados. Cómplices de lecturas y tertulias para tomar una copa de vino sin alma, brindar por el sublime calor que me dejó la nada de tantas vidas pasadas, mismas existencias tan efímeras, surrealistas y oníricas que aun no alcanzo a recordar. Estas son unas pocas gotas de la terrible tormenta, enmarañada de atisbos de absurda esperanza y de la consciente (eterna locura), donde al final del día, solo sobrevivirá; entera, única, exacta y palpable: mi ausencia…”

El Autor








La doble muerte de un dios aburrido…
A Kurt Kobain (1967-1994)

Rojas estrellas iluminaron la silente franela del firmamento, justo al lado del sitio de honor de Kurt. El mundo se postró a sus pies y la luna fue su letrina espacial. Noches de hero-imaginación, necrótico alcohol,  depresión elevada al cubo más infinito cuando mil novecientos sesenta y siete tiende a equis por cualquier lado. El amor escapó por los micro-poros del retrete, sin prólogo ni epílogo. El pentagrama del rebelde poeta de lo absurdo se enredó con versos entrecortados y compleja confusión de notas musicales en busca de la muerte. El mismo mundo de la exaltación y los triunfos inundó de lluvia, de pólvora, de fuego, de cenizas y humo; el ocaso de un héroe que nació en el siglo equivocado. Se cansó y no descansó.  Un día, cansado de sus 27 infiernos, murió de dos disparos, que el mismo se pegó; frente al inconfundible espejo del aburrimiento.   




Dos contra todo…

Desde que la vi, me enamoré y supe que sería mía. Algún día estaría con ella. Me encantó su color, la oscuridad de su piel, los finos detalles que la hacían sencillamente única. ¿Amor a primera vista? Quizá. Y quizá el paso del tiempo, el maltrato de duros años y malos compañeros de antiguas vidas la hirieron de gravedad, pero escondida entre tinieblas dio luz a mis abismos. Ahí, de pie y sutilmente retocada lucía majestuosa, encantadora y dulcemente viva. Aguardaba por mí, entre anónimas multitudes y compañeras de oficio… La cumbre de mis sueños. Ella era la cima de mi vida. Extrañamente, soñé con ella, en la diminuta humedad de mi temporal prisión en el vientre de mi madre, yo deseé una y otra vez, estar a su lado y no separarnos nunca. Ya siendo adulto, ansié observar la total masculinidad de mi ser, cuando penetrara en sus adentros y disfrutara hasta el punto de la exaltación, la convulsión psicodélica de mis sentidos. Entraría primero la cabeza de mi hombría. La penúltima noche de febrero logré perpetrar mi épico plan, fuimos dos contra el mundo, el perfecto dúo que derrotó la ausencia; felices por un instante, hasta que…
Terrible accidente, - decían a través de sus letras los micro-titulares de los diarios, la mañana del 29 de febrero - muere empresario, al impactar en su camioneta Mahindra (de fabricación hindú), año 78, color negro con placa DIE 0713 contra un puente a desnivel en la capital…”  




Cuando el humo desaparece…

El ocaso poco a poco, lenta, muy lentamente devoró los últimos cabellos del sol. La luna emergió de las profundidades del océano. Observé sus lácticos pezones. Dibujé una sutil carcajada con las metáforas del cancerígeno deleite.  A lo lejos una anciana se durmió para siempre y las gallinas tragaron la ausencia de la luz. Encendí otro cigarrillo, a duermevela disfruté el onírico circo espacial que trajo consigo la sombra efímera de mi tabáquica respiración. Antes de que las agujas de mi corazón se detuvieran eternamente, el humo de mi alma se exilió a la nación del silencio.          




Sueños no soñados…

La princesa, pasó toda su vida soñando sueños no soñados. Cada sueño que soñaba era un sueño demasiado irreal para su gusto por el buen dormir soñando. Cuando despertaba, el caballero andante no estaba a su lado. ¿Cómo hacer para traer mis sueños a la realidad? – Pensaba introspectiva. Cierta noche se quedó dormida, sin hacer planes para soñar. (Porque antes de dormir, planeaba estrategias para “movilizar” sus sueños a la realidad) Esa fue la última vez que se supo sobre el misterioso caso de alguien que jamás existió ni en los sueños ni en la realidad, pero pretendió (ser) soñar un sueño no soñado, soñando que no era un sueño sino algo más parecido a la realidad. Como yo que ahora sueño que estoy escribiendo un micro-relato sobre sueños y que usted lo está leyendo. Nunca, porque odio esas pendejadas de escribir y más aun detesto la literatura y sus artífices. (¡Ja! Yo escritor, es un sueño que jamás soñaré…)




 
Gotas de ausencia…

El sol se dejó vencer por la túnica de la luna. Cada estrella que irrumpió en la nocturna mesa de billar, brilló como si fuera la última vez que alumbrarían el infinito. La noche era fría y había tiempo. Cuando la lluvia se hizo presente, las lejanas orquestas de grillos, los susurros de las lechuzas y el grito de las criaturas de las tinieblas soslayaron la sombra de mi ausencia, atrapada entre las lágrimas de la tormenta.    




Así de súbito, así de ilógico…

El pintor no conseguía darle color a sus sueños. La inspiración ha muerto, se comentaba a si mismo frente a cualquier cristal que encontraba. Una buena noche, de esas que hay que recordar con piedra blanca, según criterios de Don Quijote, la musa descendió hasta el lecho de ocio. Horas después su apartamento se había convertido en algo muy parecido a un circo (sin payasos) y luego la alegría reinó entre los ceniceros saturados y las botellas vacías, mientras creaba un nuevo lienzo, con la imagen en cuerpo presente de una sirena que arrastró la última tormenta del pasado invierno.  




La primera y última puerta…

Cuando ya había cruzado los cuatro pisos del viejo edificio, notó que esa era la primera puerta. Una mano temblorosa se deslizó lentamente por la baranda de las escaleras y atravesó el umbral que lo condujo hasta más allá de la penosa existencia que llevó como creador de versos, en tiempos de poetas muertos, donde nadie recordó sus poemas.   




Sin final perfecto…

Después de que centenares de lágrimas, le laceraran las mejillas. Tomó un objeto de debajo de su cama. Lentamente acercó la pequeña pistola calibre 22, a su cien. Se situó frente a la ventana que daba a la calle los poetas muertos. El pianista al que un dictador fascista (de apellido italiano) le mandó a cortar las manos, vendía globos en el parque de Los Truenos, donde, un viejo y desdentado perro callejero luchaba por devorar un hueso putrefacto. Se detuvo un instante y pensó – Ellos aun le buscan un sentido a la vida, se aferran a ella y yo solo por el engaño de mi novia quiero suicidarm…
Accidentalmente, la pistola se disparó y el poeta cayó al piso, mientras se le dibujaba una sincera sonrisa en su ensangrentado rostro.
    




Sobre el zig zag de los sueños…

Cuando al fin obtuvo el título de abogado. Se los envió a sus padres, adjuntó una carta donde les decía que él, desde pequeño soñaba con escribir poesía surrealista y nada más. El padre terminó por entenderlo (político de oficio, que siempre soñó con ser el baterista de Pink Floyd o domesticador de dragones), la madre atrapada entre bingos de beneficencia y cenas de sociedad, no le prestó mucha atención y le auguró, en todo caso, la mejor de las peores suertes. Gaspar comenzó a borrar la inocencia del papel con su bolígrafo, pero se dio cuenta que como poeta era un buen abogado, ya que cada verso que creaba le recordaba a Vicente Huidobro, a Juan Larrea, a Luis Buñuel. Arrojaba cada poema inconcluso al basurero. Allí a ese omnívoro silencioso, fueron a parar los ecos de Rafael Alberti, de Salvador Dalí, de Aldo Pellegrini y las sombras de Luis Cernuda, de Salvador Novo, de Miguel Labordeta y Antonio Saura. En medio abrir y cerrar de ojos, se le fueron las horas, los días, las semanas, los meses, (los años quizá) hasta que descubrió que su cuarto se había convertido en una montaña no uniforme de papeles arrugados con matices de piel de hiena, mezclados con agria tinta de donde brotaban enormes escarabajos que garabateaban las esquinas de las hojas como tijeras,  chinches alocadas (como ciborgs del siglo XXII) que danzaban al son del crujido producido por la madera podrida, donde las ratas (mutantes a esta altura de la historia) se habían comido las paredes, una de las patas de la mesa y el techo, dejando pasar las nubes que lucían épicas en sus tonos verdes y rosados. El cadáver exquisito de siete estrellas alumbradas con fragmentos de cualquier piedra filosofal, abrió las puertas de la percepción y el ex abogado y ahora poeta Gaspar Locurhé, supo que al fin la inspiración visitaba sus sueños.